Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



lunes, 6 de junio de 2011

Ecuación literaria nº 6, la última


Aquí va la última de las ecuaciones culturales que os ha ido proponiendo La Torre de Papel a lo largo del curso, con objeto de probar vuestra pericia deductiva, inquietud cultural y conocimientos librescos, además de vuestra desenvoltura resolviendo pesquisas como investigadores culturales. Enhorabuena a todos los merodeadores de la Torre que han decidido viajar con nosotros a este "Mundo Sumergido" que hoy termina. Con todo, aún queda el redoble final: veremos quién es capaz de resolver esta última propuesta.

Hoy buscamos un libro. Este libro se publicó el mismo año en que falleció un poeta nicaragüense que escribía azul, y en el que nacía un arriesgado poeta español que pedía la paz y la palabra. El libro que hoy buscamos es también de poesía. Un año después de la publicación de este libro, Rusia tuvo su más famoso y revolucionario mes de Octubre. Nuestro libro se escribió justo cien años después de que naciera una de las hermanas escritoras más célebres de la literatura inglesa, la autora de Jane Eyre, y de que un gran pintor romántico alemán pintara el cuadro que ilustra esta entrada. Por si aún no lo sabes, el libro del que hablamos, que es producto de un viaje, se escribió exactamente trescientos años después de la muerte del escritor español que figura en las monedas de 50 céntimos, y su autor alcanzó a ganar el Premio Nobel justamente 40 años después de haberlo escrito. ¿De qué libro hablamos?

miércoles, 1 de junio de 2011

Libros en la carretera


No recuerdo muy bien quién dijo (aunque tengo por costumbre endosarle a Oscar Wilde todas las citas dudosas) aquello de “todos los libros cuentan lo mismo: el paso de la adolescencia a la madurez”. Justo. O por decirlo de otro modo: el paso desde cuando sientes que nadie en el mundo te entiende, a cuando comprendes al fin que es al mundo al que no hay quien lo entienda. En realidad, todas las novelas buenas son así, “de aprendizaje” (los alemanes utilizan un palabro rarísimo “bildungsroman”: novelas de construcción o conocimiento). Pero dentro de estas, hay varios subgéneros: uno de los más interesantes son las novelas de carretera. A ellas vamos a dedicar "el Guardián" de este mes, para que, ahora que acaba el curso y se inician a su vez tantas otras cosas, nadie olvide que el movimiento se demuestra andando, y que las carreteras, aunque a veces puedan parecernos largas, llevan siempre a algún sitio.

Las novelas “de carretera” (no confundir con “mapas de carreteras”) en realidad son libros que en el fondo no cuentan más que un viaje, sólo que la persona que lo realiza al final acaba no pareciéndose ni a sí misma. La verdadera patria de las novelas de carretera ha sido sin duda EE UU, un país lleno de autopistas y de tipos perdidos. A veces incluso de tipos perdidos en la autopista. Supongo que tendrá algo que ver todo ese rollo del “far west”, de la conquista del oeste con tipos duros que se curten cruzando praderas infinitas mientras sobreviven a toda clase de peligros emboscados.

La más famosa novela de este estilo la escribió Jack Kerouac en un rollo de papel continuo largo en si mismo como una carretera, y así se llamaba, de hecho: En la carretera (traducida a veces como “en el camino”). Y le salieron mil imitadores queriendo contar ese viaje loco que cambia tu vida para siempre. Incluso Julio Cortázar escribió con mucho cachondeo una novela de “carretera”, Los autonautas de la cosmopista. Pero no nos engañemos, los dueños del género han sido siempre los yanquis (aunque la mejor novela “de carretera” americana, Lolita, la escribiera en realidad un ruso, Vladimir Nabokov). Títulos hay muchos: desde maravillas como Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta de Robert M. Pirsig (libro de cabecera de infinitos viajeros entregados a conocerse a si mismos viajando en trenes de tercera clase) hasta desfases como Miedo y asco en Las Vegas de Hunter S. Thompson (obra fundacional del periodismo gonzo, en que el cronista usa sobre si mismo las prácticas más delirantes) . No obstante, yo sentí siempre predilección por El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, una increíble novela de carretera “a pie”, y por La conjura de los necios de John Kennedy Toole, desquiciada y heroica novela "underground", donde ninguno de los inolvidables personajes que la pueblan va, en realidad, a ningún sitio, pero no paran de dar vueltas durante todo el libro.

Aunque si hemos de buscar los antecedentes de tan singular subgénero en realidad Don Quijote era ya una espléndida novela de carretera, o de... veredas, donde un chiflado con ideales y un campesino sin tierras se recorren los caminos de España hasta caerse muertos… de desilusión. Y, si así nos ponemos, es probable que la mejor novela de carretera de todos los tiempos no se desarrolle en la carretera sino en el mar: es La Odisea, de Homero, el más alto viaje al interior de uno mismo que vieron los siglos pasados y podrán ver los venideros.
P.D. El cuadro del principio, Rieles al atardecer, corresponde a otro ilustre explorador de nuestros interiores, el también norteamericano Edward Hopper.