Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



lunes, 29 de octubre de 2012

Drácula, de Bram Stoker


Ahora que se aproxima la cada vez más "comercializada" noche de difuntos o de Halloween, teníamos dos opciones notables de incrementar la Biblioteca de la Torre. El impresionante Don Juan Tenorio de José Zorrilla, campeón de los escalofríos hispánicos, y Drácula, de Bram Stoker. Seamos yanquis por una vez, e incorporemos a nuestros estantes la más terrorífica y espeluznante historia sobre muertos que jamás haya salido de magín humano: Drácula. Y ello no sólo porque sea una de las más populares novelas de terror, sino porque, en realidad, es un libro estupendo, y nada comercial, una historia de amor más allá del tiempo, una reflexión sobre la inmortalidad, la soledad o el destino, sobre la dura vida del inmigrante, sobre los odios de clase, el psicoanálisis, la religión y hasta sobre feminismo. De ella dijo Oscar Wilde que era "la novela más hermosa jamás escrita". No se equivocaba demasiado. Y es que Drácula es mucho Drácula.
Lo primero que sorprende al acercarse a esta obra es que su propio autor ha sido "vampirizado" por ella, pues quien nació en Irlanda con el nombre de Abraham Stoker, fue geógrafo y estudioso del folcklore irlandés, autor de estudios de prestigio sobre la cultura celta, periodista de prestigio, autor de numerosos relatos, y amigo de actores y gente de farándula, ha sido fagocitado por su genial novela de 1897, que no ha dejado apenas espacio para él en la Historia de la Literatura. Por lo demás, para componerla se estudió toda la literatura vampírica que le había precedido, terroríficas historias sobre tipos que viven eternamente alimentándose de la sangre de los vivos, como El Vampiro de Polidori, o Carmilla, la mujer vampiro, de Sheridan Le Fanu, a los que añadió los toques de realidad de las truculentas vidas de Erzebeth Bathory, "la Condesa sangrienta", o Vlad Dracul, "el empalador", oscuros personajes húngaros en los que se mezclaba la historia y la épica. Y si eso fuera así, Stoker hubiera sido un copión sin más, un plagiador más o menos habilidoso, y hoy no estaríamos hablando de él. Pero es que Drácula es mucho más que eso, y el tenebroso intercambio de cartas entre el agente inmobiliario Jonathan Harker, enviado por su agencia a comprar un castillo en Transilvania, y su amada Mina Murray, que va descubriendo asombrada en la terrible boca de lobo en la que se metió su novio, es uno de los momentos más altos de la literatura, la puerta que franquea el acceso al prodigio. Se te mete dentro y se queda ahí para siempre.
No podemos olvidar tampoco la iracunda personalidad del doctor Van Helsing, la balbuciente juventud truncada de Lucy, la "seducida" amiga de Mina,  el desquiciado diario del doctor John Seward, el shakesperiano personaje del loco Reinfield y, desde luego, la poderosa presencia del conde Drácula, un hombre que es muchos hombres y a la vez ninguno. Nunca el mal había resultado tan atractivo y, casi sin quererlo, los lectores nos vamos sintiendo atraídos hacia el abismo al mismo tiempo que los personajes. El mal, la perversidad, el amor más allá de la muerte, el pasado medieval, la misteriosa Centroeuropa y sus castillos, el rechazo a las convenciones, el aprecio de lo exquisito, la aristocracia del alma. En más de un sentido, Drácula es el más romántico de los libros.
De Drácula hay muchas versiones, tanto literarias como cinematográficas. En el cine han sido grandes Nosferatu, obra maestra de cine mudo dirigida por Murnau y en la que el personaje del conde Drácula era interpretado por el conde Orlok, un tipo que bebía sangre y se consideraba a si mismo un vampiro, y versiones posteriores como la de Werner Herzog (en la imagen) con la bella Isabelle Adjani haciendo de Mina Murray, o más recientemente, la de Francis Ford Coppola. Pero, creedme amigos, ninguna sensación iguala la magia de la prosa enfebrecida de Stoker, el descubrimiento del amor prohibido de Mina, la atracción del abismo, la lucha contra un destino más fuerte que la vida.
Lo de menos es que Drácula, el conde Drácula, un dandy selecto y seductor, no se reflejaba en los espejos y no moría nunca, lo verdaderamente importante es que esta novela es un espejo de lo que con frecuencia no vemos de nosotros mismos y, por eso, lo que es verdaderamente inmortal es este libro.

viernes, 19 de octubre de 2012

Concurso Fotográfico




Como lo prometido es deuda aquí va la primera sorpresa: el Concurso Fotográfico del IES Arjé ¡ya está convocado! Y si quieres salir triunfante en él ya puedes ir perfeccionando tu técnica fotográfica, porque superar a Ana Ruiz y a Laura Escobar (las autoras de las fotografías ganadoras que ilustran este artículo) va a resultar una labor peliaguda. Eso si no directamente imposible. El Arjé Cultural te dará la respuesta. De momento atentos a los tablones donde figuran las bases del Concurso. Aparte de los premios en metálico y de figurar en el Cuadro Fotográfico de Honor, las instantáneas premiadas serán portada del anuario del Centro, uno de los prestigios más grandes que puedas echarte a la cara. Para las dudas técnicas contactar con Ignacio, el maestro fotográfico más inconmensurable que transita por estos lares. ¡Suerte a todos!


viernes, 5 de octubre de 2012

Libros de Cine

Aquellos que prefieren por sistema ver películas basadas en libros en lugar de leer los libros originales es como si prefirieran comerse un chicle previamente masticado por otra persona; un chicle, no me negaréis, ciertamente asqueroso, y además sin sabor. Por más vueltas que le demos, leer es una experiencia infinitamente más intensa que ver (sobre todo si lo que ves es una "traducción" y/o imitación). Y esto no sólo porque las películas basadas en libros generalmente matan las fantasías y especulaciones que los libros suscitan, sino porque el cine tiene unas reglas y la literatura otras: son juegos distintos, aunque puedan parecerse. Y a mi que no me digan: jugar a ping-pong con balones de baloncesto no me parece muy práctico.
En realidad ninguno de los realmente grandes en literatura ha tenido demasiada suerte con sus adaptaciones al cine. Ni Cervantes ni Shakespeare (aunque lo hayan intentado los mejores) han dado un cine digno, pero tampoco Moliére, Goethe, Quevedo o Victor Hugo. Más suerte, en cambio, parece haber tenido una novelista menor como Mary Shelley, cuyo Frankenstein, en la versión cinematográfica de James Whale, es prodigioso (hay incluso una continuación, La novia de Frankenstein, que es aún mejor, y que está enteramente sacada del magín de Whale pues, como todo el mundo sabe, el pobre monstruo del doctor Frankenstein no ligaba nada). Tampoco le ha ido mal a   Guy de Maupassant, cuyo increíble cuento sobre la guerra franco-prusiana, "Bola de Sebo", se convirtió, en las manos de John Ford, en La Diligencia, un western psicológico, sobre los orígenes de Norteamérica. Ni a Julio Cortázar, pues al menos uno de sus cuentos, "Las babas del diablo", se ha convertido en una gran película, Blow Up, aunque transportado por Antonioni al Londres pop de los 70. Tampoco debemos pasar por alto El corazón de las Tinieblas del "extraño" Joseph Conrad, que Francis Ford Coppola, trasladando la historia de África a Vietnam, convirtió en Apocalipse Now. Puro cine. Y qué decir de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la extraordinaria novela de Philip K. Dick, que Ridley Scott transformó en otra cosa distinta, pero también increíble en Blade Runner, con Harrison Ford haciendo de agobiado cazador de androides. Un caso singular de "traición" al libro es La Naranja Mecánica, una notable novela moral de Anthony Burguess sobre el trabajoso paso de la adoscencia a la madurez, que Stanley Kubrick convirtió en una inmoral epopeya sobre la violencia del Estado y la libertad individual dotada de una increíble fuerza visual.
¿Y los cómic? Que me aspen si V de vendetta o Watchmen, de Alan Moore, no son absolutas obras maestras del arte de la viñeta que el cine no ha podido igualar.
Hablemos por último de dos novelas fiasco que fueron grandes películas. Por ejemplo, Sed de Mal, de Orson Welles, una de las mejores películas de la Historia, está basada en una patética novela de Whit Matterson; y Rebeca, la más emocionante película de Alfred Hitchcock, en una novela sosísima de Dapne du Maurier.
En fin, no cabe duda, los mejores logros del "cine literario" se han producido cuando el cine ha usado su propias reglas, aunque ello suponga transformar la historia original, como muestra de que los matrimonios de conveniencia (desganados o comerciales) entre literatura y cine nunca han disfrutado de ninguna apacible Luna de Miel.