Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



miércoles, 7 de enero de 2015

El mapa de la utopía

Pietr Mondrian: Duna en Zelanda (1910)
Ahora que da comienzo un nuevo año y, con él, los propósitos de enmienda, los buenos sentimientos y la aspiración a cambiar definitivamente nuestras vidas, convendría recordar siquiera por protocolo aquellos estimulantes sueños literarios que propusieron, como diría Silvio Rodríguez, virar esta tierra de una vez. Espacios imaginarios que aspiraban honradamente a pasar del negro sobre blanco de la página de un libro para pintar el universo de colores menos grises que los que proponía la grosera y mendaz sociedad capitalista: mejorar la vida de todos, y no sólo de unos pocos. Pequeñas pero sorprendentes arcadias que la historia suele despachar sin más como utopías, sin percibir que la más hermosa literatura consiste precisamente en eso: fabricar mundos que nunca podremos habitar pero nos encantaría.
Indiscutiblemente la primera de esta escuela (1516) fue la que suele dar nombre al conjunto, y en realidad una muy desabrida historia en la que Thomas Moore -aquí lo hemos venido colegueando como Tomás Moro-  tiraba de Platón a reventar para plantear su ficticia república de bienes comunales y voto popular. No obstante, la más hermosa de la utopías del renacimiento es Ciudad de Sol del heterodoxo dominico italiano Tomasso Campanella, protagonista de herejías varias, y que además de abogar por la colectivización, que es lo que 'demanda natura', y la extirpación del provecho privado ('certitudo est comunitatis non particularitatis') hace interesantes observaciones sobre educación, control de natalidad y hasta diseño urbanístico, y eso sin contar que, para él, los peores vicios los estaba trayendo a Europa el Nuevo Mundo americano, con su vilezas y egoísmos ("el Nuevo Mundo ha perdido al Viejo: sembró la avaricia en nuestras mentes"), y eso que el no pudo ver la apoteosis del 'american way of life'. Publicada en latín en 1623 es una pequeña joya de la conjura que merece la pena recuperar.
No obstante, ha sido sin duda la aversión a la revolución industrial inglesa la que más piezas utópicas ha generado. Una que merece mucho la pena es Erewhon (1872) de Samuel Butler, que algunos pudimos leer en la contracultural edición que la revista Star publicó en Barcelona en los setenta. Plateada como un viaje imaginario más allá de las montañas, el valle de Erewhon es todo un mundo al revés donde sus habitantes han ganado la batalla a las máquinas que esclavizan al hombre. Ja ja: más de un siglo antes del ´smartphone'. Por cierto que Erewhon es un anagrama de las palabras "Here" y "Now". Aquí y ahora justamente.
De la muy marcial y literariamente mediocre El año 2000 , publicada por Edward Bellamy en 1888, interesan sobre todo dos cosas: que tuvo un éxito descomunal en su día y que preconizaba ya sin tapujos el comunismo de Estado, donde no existe la empresa privada, todos cobran por igual, la jornada laboral es más reducida cuanto más penoso sea el trabajo, ¡y la jubilación es a los 45 años! Muy a la  norteamericana, Bellamy puebla su novela de inventos y gadches tecnológicos, como la ¡tarjeta de crédito!, la música y la imagen a domicilio (¿internet?), curiosamente asociados a un futuro sin propiedad privada que Bellamy expresa bellamente en la idea de un toldo impermeable gigantesco que cubre cuando llueve las cabezas de toda la población, en lugar de la infinidad de paraguas individuales del pasado, que protegen a una sola persona mientras gotean sin misericordia sobre el que tienen al lado.
El ciclo lo cerraría en 1890 Noticias de Ninguna Parte de William Morris, poeta, artesano del papel, diseñador y pintor de la Hermandad Pre-rafaelita, junto con otros artistas como Dante Gabriel Rossetti, Chales Leighton o Lawrence Alma-Tadema, convencidos de cuánto se había empocilgado el mundo desde el Renacimiento (esto es: desde Rafael) a esta parte, con sus mezquindades materialistas y los mil y un becerros de oro de la sociedad del consumo y del despilfarro.  Concebida como respuesta directa al comunismo jerarquizado y casi castrense de El año 2000, Noticias de Ninguna Parte se presentaba con un freco aire libertario: los habitantes de Ninguna Parte hacían, literalmente, lo que les daba la gana, sin presiones ni obligaciones laborales, si estres ni penurias económicas, bajo la sencilla fórmula de desterrar de la sociedad el tiempo y el dinero. Un pequeño y primitivo paraíso arcádico a la medida del hombre, sin meglópolis ni megalomanías. La sociedad, en pequeñas comunidades que intercambiaban bienes y servicios, no se organizaba bajo criterios de rentabilidad sino de belleza y de necesidad (¿es realmente necesario para la humanidad el cuchillo eléctrico, el Blu-Ray, el Audi Q7 o el Samsung Galaxy?). Una sociedad, en definitiva, a escala humana, para los seres humanos, que hiciera la vida más fácil y que no la envolviera en complejas decisiones, miedos, envidias e insatisfacción perpetua para vender más.
La posterior secuencia de acontecimientos, con imperios coloniales, fascismos, el stalinismo y sus purgas, guerras de clase, guerras mundiales y de geopolítica, con sus bombas atómicas y su napalm, la escalada armamentística, la guerra energética, el desprecio al medio ambiente, etc... nos convencerían de que esta humanidad no se merece una buena utopía. Por eso lo más propio del S.XX han sido las distopías, las visiones apocalípticas de lo por venir, del sobrecontrol del Gran Hermano (1984, Orwell) al calentamiento global (El Mundo Sumergido, la Sequía, ambas de J.G. Ballard), pasando por el idílico nuevo mundo sin sentimientos (Un Mundo Feliz, Huxley). Mundos más bien de pesadilla donde nos aterraría vivir y que, no obstante, se nos parecen tanto a este 'hac valle lacrimarum'.