Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



lunes, 29 de mayo de 2017

La Taberna de Emilè Zolá


https://imagessl5.casadellibro.com/a/l/t0/75/9788437605975.jpg



Pocas veces un puñetazo de vida golpea tan fuertemente la literatura como en La Taberna, la más impresionante de las novelas de Zolá, la más desnuda. Y lo cierto es que en ella no hay grandes amores (más bien pequeños y mediocres), ni crímenes, ni misterios, ni grandes acontecimientos históricos. En verdad, lo más notable de La Taberna es que no pasa realmente nada: la bajada de los salarios, los despidos, el alquiler, los préstamos, los desahucios, los problemas con los hijos adolescentes, los rifirrafes con el vecino, la obesidad, la alopecia… En fin, nada que no pase todos los días, en 1877 y en 2017. La vida en toda su crudeza, sin componendas ni concesiones, sin lirismos, sin buscar la épica vacua de la vida cotidiana. Veinte años en la vida de una mujer, Gervaise Macquart, que no es ni una heroína ni es nada, que es descarada y un pelín chuleta, pero buena gente… a veces, que es vocinglera y dulce, que es afortunada y gafe, trabajadora y holgazana, entregada a sus hijos y ruin con ellos, amorosa y despreciable, que es guapa y se vuelve fea, que es delgada y acaba gorda. Nada. Absolutamente nada. Sólo la vida, con sus contradicciones. Se ha hablado de que es una novela sobre el pueblo, sobre el alcoholismo o la pobreza, que Zolà es mecanicista y simplón. Nada de eso es cierto: La Taberna es la vida, sin más y sin menos, sin adornos y sin literatura. Y sin embargo, Gervaise es uno de los más grandes personajes literarios que puedas echarte a la cara, y las desventuras de su vida van a cambiar la tuya. Seguro.
Leyendo La Taberna uno entiende muchas cosas: cómo la miseria engendra vagancia y molicie, cómo la falta de recursos intensifica, aunque parezca incomprensible, los lujos superfluos; cómo la desgracia ajena enciende el morbo; dónde acaban los abrazos que no se dan. Se entiende mejor a los borrachos, a los cobardes, a los egoístas, a los cínicos. No se los quiere… pero se los entiende más. Pocos personajes de La Taberna se hacen de querer, todos están llenos de defectos, pero a todos te los puedes encontrar por la calle. De muy pocos libros puede uno decir esto: sólo de los mejores.
La de Gervaise es la séptima de las novelas de la serie de Los Rougon-Macquart, en la que Zolà emprendió el relato de la “intrahistoria” de Francia durante el II Imperio (el de Napoleón III, de 1850 a 1870), a través de la historia de una misma familia, con todos sus hijos, primos, cuñados, sobrinos, etc. Fue la más popular de las veinte, prueba de que los lectores de entonces no se dejaban engañar. Está llena de escenas memorables, como la pelea inicial en el lavadero, la boda de Gervaise con visita al Louvre incluida, la muerte de mamá Coupeau, o la ronda final de Gervaise por los boulevares periféricos mirando su sombra. Tiene un plantel de secundarios formidable, como el culto señor Madinier, la señora Lerat, el comilón Mes-Bottes, la señora Boche la portera, o el sepulturero Bazouge, personajes cualquiera a cuyo alrededor París se destruye y se reconstruye mientras la Historia de Francia y del mundo avanza no sabemos muy bien hacia dónde.  Otra cosa que hace grande La Taberna es que te deja con ganas de más, pero Zolà, amplificando y llevando a su culminación un procedimiento inventado por Balzac, no deja de recuperar sus personajes, inventando el ‘spin off’ y aumentando la sensación de realidad. En El vientre de París, por ejemplo, la protagonista es la hermanastra de Gervaise, Lisa, que pone una carnicería en Les Halles; en Germinal reaparece Ettiene, el hijo mediano de Gervaise y Lantier, y en Naná la protagonista es su hija pequeña cuyas andanzas comienzan en La Taberna. El olvidado hijo mayor de Gervaise, reconvertido en pintor, va a protagonizar La obra, una de las últimas de las serie.  Bazouge, Mes-Bottes o la planchadora Clemence reaparecen una y otra vez en distintas novelas de la serie.
En un tiempo en el que se ha querido ocultar la verdad debajo de la alfombra, sacándola de la literatura, para vendernos un mundo rosáceo, lleno de gaviotas y finales felices, Zolà era un incordio y se le ha increpado y marginado, a él y al Naturalismo, pero no cabe duda: es uno de los grandes. Sin forzar la nota, contó la verdadera historia de Francia, sus barrios, sus clases sociales y sus conflictos. Lo real, la vida misma: naturalismo es naturalidad.