Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



lunes, 29 de abril de 2019

Los Singer


El primer contacto con la familia Singer lo tuve con el tercero de los hermanos, Isaac Bashevis, gracias a la colección de la Editorial Plaza & Janés sobre los premios Nobel de Literatura en edición de 1987 que disponía en la biblioteca paterna. Singer aparece en el tomo xvi junto a Neruda, Milosz y Canetti, y la obra escogida, Satán en Goray, fue su opera prima, publicada en 1936, el mismo año que su hermana Esther publica La danza de los demonios y su hermano Israel publica en Nueva York, Los hemanos Ashkenazi. Curiosa o asombrosa coincidencia. La concesión del Nobel en 1978 a Isaac B., tras el premio a Aleixandre, es un agradecimiento que hay que hacerle a la Academia Sueca por haber permitido que su obra fuera traducida en su totalidad a nuestra lengua. Satán en Goray, me llevó al resto de la obra literaria de Isaac Bashevis y fui disfrutando y comprobando cómo se inspiró en su propio mundo, el de los guetos judíos centroeuropeos y el de los exiliados en Estados Unidos, a la hora de escribir sus cuentos y novelas, que reflejan un mundo que dejó de existir y la descomposición del pueblo judío que se debate entre la tradición y la modernidad. Su obra está escrita en yídish, la lengua de los judíos askenazíes establecidos en Europa central y los países del Báltico. Este rasgo fue destacado también por la Academia Sueca al poner de manifiesto que lengua y nacionalidad no son sinónimos. Aunque nació en el pueblo polaco de Radzymin en 1904 – parece ser que nació en 1902 y que falsificó la fecha para librarse del servicio militar-, nunca empleó el polaco como lengua literaria, ni tampoco el inglés cuando consiguió la nacionalidad estadounidense. De esta manera, y con las maravillosas traducciones del yídish original realizadas por Rhoda Enelde y Jacob Abecasis, fui devorando tal como las iba consiguiendo obras como La familia Moskat, El esclavo, Shosha, Escoria, La casa de Jampol, Krochmalna nº 10, Sombras sobre el Hudson, todos sus relatos entre los que destaco por ser antológicos, “Un amigo de Kafka” y “El Spinoza de la calle Market”, hasta que llegué a su autobiografía, Amor y exilio, con la que tuve conocimiento del resto de la familia Singer. La obra arroja, desde la primera hasta la última página, luz sobre la vida de Isaac Bashevis y su familia, y abarca desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta el Nueva York de los años treinta y cuarenta, adonde emigra en 1935 ayudado por su hermano Israel, cuando comenzó a vislumbrar el peligro real del nazismo al contemplar en primera persona el creciente antisemitismo en forma de progromos. El padre, Pinjas Mendel Singer, hijo y nieto de varias generaciones de rabinos jasidim, fue un hombre de corazón más que de cerebro. Confiaba en las personas, y su ingenua fe en Dios, nunca cuestionada, en la Torá y en los grandes hombres santos, no conocía límites. Esta enseñanza se la inculcó a su hijos, de los que solo el pequeño Moshe, siguió sus pasos. La familia se trasladó en 1908 a un humilde piso de la calle Krochmalna de Varsovia, en un entorno donde no faltaban el hampa y la prostitución, y que tuvo una incidencia decisiva en la trayectoria que en los años siguientes habría de seguir cada uno de sus hijos. Israel, tras acaloradas discusiones con su padre, se despegó por completo de la tradición religiosa y huyó del ámbito familiar, primero para encontrar acogida en el estudio de un pintor, y más adelante para incorporarse al periodismo y a los círculos literarios de la capital. Emigra finalmente a los Estados Unidos en 1934, donde publicaría la ya mencionada Los hermanos Ashkenazi y la magistral La familia Karnowsky. Murió con tan solo 51 años de un ataque al corazón en Nueva York. Isaac, menos rebelde que su hermano mayor, mientras estudiaba en la yeshive, absorbió de él su interés por la literatura y sus conocimientos, y aprovechó esos años infantiles para escuchar y grabar en su memoria las jugosas historias y enredos judiciales, envueltos en ingenua fe religiosa y supersticiones, a los que asistía oculto tras la puerta del despacho rabínico de su padre. Años más tarde los trasladaría a su obra literaria. En cuanto a Esther, dotada de una gran inteligencia y con aspiraciones intelectuales que se vieron frustradas sobre todo por ser mujer en el seno de una familia jasidim, su vida tuvo un súbito desenlace: sus padres aceptaron la propuesta de un rico predicador que buscaba una muchacha de familia judía devota para esposarla con su hijo, residente en Amberes, donde trabajaba como tallador de diamantes. En pocos meses, y sin conocerse, los padres acordaron el enlace y lo celebraron en Berlín. Esta descabellada idea, si al principio produjo el rechazo de Esther, enseguida se tornó a sus ojos en una luz de esperanza para un cambio en su vida y que con el tiempo fue lo que la libró de los campos de exterminio nazis, en los que murieron la madre y el menor de los hermanos. Isaac Bashevis se inspiraría en su hermana para crear la figura de Yentl en su obra homónima, en la que se basó la película de Barbra Streisand. Para su hermano, Esther Kreitman era una estupenda escritora y prueba de ello es su novela La danza de los demonios, todo un acierto al contar la infancia con ojos de niña y la madurez con ojos de adulta.

Se trata sin duda, de una familia de grandes fabuladores y si destaca Isaac B. es por su dilatada vida que le llevó a escribir tantos libros que ni él mismo los tenía contabilizados; se calcula que no deben andar muy lejos del centenar. La muerte prematura de Israel y el ser mujer judía en el siglo xx de Esther impidieron enriquecer el legado de la familia, que, por cierto, el apellido original en yidis es Zinger, y ellos lo transformaron en Singer.
 (Por el Dr. Montero)