Durante toda la historia de la
humanidad hemos conocido el caso de muchos genios con algún desorden mental y/o
neurológico. No se escapan los grandes científicos:
Tycho Brahe:
Algunas
de las excentricidades de este famoso astrónomo eran tener un alce como mascota
y un enano debajo de la mesa al que le daba de comer de vez en cuando. Al
parecer, murió por no ir al baño: contrajo una infección en la vejiga tras
aguantar sus ganas de orinar en un banquete ya que pensaba que levantarse sería
romper la etiqueta.
Isaac Newton:
Considerado
por muchos el científico más importante de la historia, en la Enciclopedia
Británica podemos leer que sufría algunos trastornos psicóticos como depresión,
desorden bipolar y paranoia. Llegaba incluso a olvidarse de comer y dormir.
Dedicó gran parte de su vida a la alquimia, por lo que algunos de sus biógrafos
piensan que pudo padecer un envenenamiento de la razón debido a sus
exposiciones al mercurio.
Entre
sus excentricidades podemos citar la de no publicar los descubrimientos que
hacía. Por ejemplo, se cuenta que Edmund Halley lo visitó en 1684 y le comentó
que estaba estudiando con algunos colegas de Londres qué fuerza era la que
mantenía a los planetas en órbita elíptica girando alrededor del Sol. Halley
animó a Newton a averiguarla y el gran sabio le contestó que ya lo había
descubierto hacía 20 años, aunque había extraviado muchas notas. En 1867
publicó los trabajos realizados en el libro “Philosophiæ naturalis principia mathematica”,
donde enunció sus tres famosas leyes de la dinámica, a partir de las cuales
pudo deducir la expresión de la fuerza gravitatoria. Según muchos historiadores
de la Ciencia, es posible que Newton se llevase a la tumba muchos
descubrimientos que aún hoy desconozcamos.
Gaspar Balaus:
Aunque no muy
famoso, este médico del siglo XVII (además de orador y poeta) estaba convencido que
estaba hecho de mantequilla. Evitaba cualquier fuente de calor (una
lámpara, una chimenea,…) para no derretirse. Tal era su manía que le llegaría a
costar la vida: un día muy caluroso temió fundirse y se arrojó de cabeza a un
pozo, muriendo ahogado.
Albert Einstein:
Este
gran genio, considerado por sus coetáneos como “el científico excéntrico de los
pelos revueltos”, casi no sabía hablar a los 3 años y hasta los 9 no lo hizo
con fluidez. Suspendió su primer examen de selectividad. Aprobó las asignaturas
de Matemáticas y Ciencias, pero suspendió Historia y Geografía. Algún tiempo
después le preguntaron el motivo y su respuesta fue que eran muy aburridas y
además no estaba de humor para contestar correctamente.
De vez en cuando paseaba con su
violín, tocando melodías de Mozart, y lloraba al observar los pájaros.
Decidió
dejar de usar calcetines al “descubrir” que el dedo gordo del pie termina
siempre haciendo un agujero en ellos.
Le
chiflaban las mujeres, pero cuanto más vulgares, sudorosas y malolientes mejor.
Nunca le importó la belleza física, ya que decía que la visión de una bonita
jovencita le entristecía al recordarle el breve tiempo que estamos en la Tierra
los seres humanos.
Este
brillante lógico y matemático, colega de Einstein, padecía de delirios
persecutorios, hasta tal punto que creía que era perseguido para envenenarlo.
Sólo comía lo que le preparaba su esposa, la cual debía probar los platos antes
de que él los tocara. Murió de inanición porque su esposa fue ingresada durante
un tiempo y mientras no volvió a tomar ningún alimento.
Nikola Tesla:
Sufría
de trastorno obsesivo compulsivo. No podía tocar nada que pudiese estar sucio o
tuviese forma redonda; estaba obsesionado por el número 3, daba tres vueltas a
los edificios antes de entrar y limpiaba sus cubiertos antes de comer
utilizando exactamente 18 servilletas.
Padecía de agorafobia
(temor a estar en espacios abiertos), lo que le hacía padecer de alucinaciones,
temblores, ansiedad y otras crisis de histeria.
Henry Cavendish:
Los psicólogos harían sus delicias estudiando
a Cavendish, uno de los hombres más extraños e insociables de la historia.
Vivía con unas cuantas libras esterlinas a la semana, a pesar de ser el
principal accionista del Banco de Inglaterra. Su gran riqueza, unida a su noble
linaje, hacía de él uno de los solterones más codiciados de la época, pero
Cavendish enfermaba al ver a una mujer. Se comunicaba con sus sirvientas por
escrito para no verlas, llegando al extremo de mandar construir una escalera en
la parte posterior de su casa para entrar y salir sin ser visto por las
doncellas de su servidumbre. Era tan excéntrico, tímido e introvertido que no
tenía trato cercano con nadie. No contando con los aparatos necesarios para
medir la intensidad de corriente eléctrica en sus experiencias, por no
encargárselos a otros, medía dicha intensidad consigo mismo según el dolor, más
o menos fuerte que le producían las descargas.
Richard P. Feynman:
Galardonado
con el Premio Nobel de Física de 1965, este extravagante e inteligente
científico no pronunciaba ninguna palabra a los tres años y tuvo que salir del
ejército tras la 2ª Guerra Mundial al ser considerado “deficiente mental”.
Tenía
adicción a los bares de topless. Según relata en su autobiografía, le gustaba
ir a estos lugares para relajarse. Pedía un 7-Up y aprovechaba la inspiración
para escribir reflexiones y ecuaciones en las servilletas del local.
No le gustaban
demasiado los premios, aunque se tratase del Nobel. Entre las tres y las cuatro
de la madrugada sonó el teléfono de su casa. “¿Para qué me molestan a estas
horas de la madrugada?”. “Pensé que le gustaría saber que ha ganado usted el
Premio Nobel!, le dijo un desconocido. “¡Síííí! ¡Pero ahora estaba durmiendo!”
Enfermó
de cáncer, y tras varias operaciones fallidas, decidió no seguir más
tratamientos. Murió el 15 de febrero de 1988 tras decir: «No soportaría tener
que morir dos veces. Es muy aburrido».
Yoshiro Nakamatsu:
Según el autor de unos
3000 inventos, entre ellos el disquete, la privación de oxígeno estando bajo el
agua hace que se le ocurran inventos. Muchas de sus grandes ideas
las ha obtenido a punto de ahogarse, a casi medio segundo de la muerte. Cuando
le llega una idea, la anota en un dispositivo que funciona bajo agua, y sube
nuevamente.