El triunfo de la Muerte de Pieter Brueghel 'El Viejo' |
La primera epidemia de la que se tiene constancia
literaria fue, al parecer, la fiebre tifoidea que asoló Atenas durante las
guerras del Peloponeso (s. V a.C.) y sobre la que Tucídides dejó escritas escenas de gran intensidad. No menos intensa fue la llamada Peste Antonina
que algunos siglos más tarde “contaminó de infestación y de muerte desde Persia
hasta el Rhin”, según Amiano que,
pionero de la teoría de la conspiración, aventuró como causa de la misma el
saqueo de un templo babilonio en el s. II d. C. tras el que un imprudente
profanador romano abrió una urna que contenía el malévolo virus. Eran, desde
luego, tiempos de crisis para el imperio romano, perro flaco ya al que todo se
le volvieron pulgas o perversas y arrasadoras bacterias que castigaban al
infiel politeísta. El propio Amiano hablaba de cómo los cristianos, llenos de
probidad, “abrazaban y lavaban a los enfermos”, mientras “los paganos romanos arrojaban
a los afectados a la calle antes de que hubieran muerto”. Todo un ejemplo de
utilización política de una crisis sanitaria, que en esto tampoco hemos
inventado nada. Sobre un rebrote de la Peste Antonina Dion Casio afirmó que criminales pagados para infectar a la gente
impregnaban unas agujas minúsculas de sustancias mortíferas y ponían a correr
el virus a lo Usain Bolt. Vamos, una variante del “virus chino” que nunca
hubiera imaginado Donald Trump.
Con todo, la hecatombe mayor por epidemia que tengamos
contabilizada fue la Peste Negra de 1348 que arrasó con un tercio de la
humanidad y que al menos sirvió, no hay mal que por bien no venga, para que Giovanni Boccaccio nos dejara su Decameron (1351), descomunal obra
maestra que más que en la epidemia se centró en los efectos del confinamiento
en un grupo de diez adolescentes florentinos que, además de apasionante vida
comunal, inventaron la narración breve contemporánea para dar sentido a sus
aburridos días de aislamiento. Toda una metáfora de la literatura, por otra
parte.
La peste, que era uno de los jinetes del Apocalipsis, no
lo olvidemos, nos ha dejado algunas otras narraciones de altura como Diario del año de la Peste (1722) de Daniel Defoe, muy superior a su Robinson Crusoe, por cierto, y con un
mensaje más mundano y menos colonial. En este caso, Defoe hablaba de un brote
de peste bubónica acecido en Londres 50 años antes y describía con gran detalle
no sólo las miserias vecinales sino también la gran crisis económica que siguió
a la epidemia. Otro que estaba antes de que se le llamara, vamos. También
notable novela centrada en la contagiosa enfermedad vírica fue Los Novios (1842) de Alessandro Manzoni, historia de un
apasionado romance en medio de la pandemia que contagia buen rollo y
romanticismo a pesar de las detalladas escenas gore de los monjes cartujos
llevando carros de infectados al Lazaretto de Milán, la Meca de aquel Walking
Dead. Bastante más desconocida, aunque mucho más auténticamente romántica es El último hombre (1826), de Mary Shelley que ya en Frankenstein había denunciado los
peligros de la ciencia, y aquí profundiza, de manera algo lenta, en su
inutilidad frente a los desastres naturales, cuestionando el concepto mismo de
progreso. Paso que también transitó, por cierto, el aventurero norteamericano Jack London en La Peste Escarlata (1912), apocalíptica y muy reivindicable ficción
del autor de La llamada de lo salvaje.
Aunque el verdadero apocalipsis zombi lo leímos en Soy Leyenda (1954) de Richard
Matheson, que describe un mundo post-pandémico en el que sólo ha quedado
viva una persona, que disfruta a placer de un mundo para él solo. La novela de
Matheson, por cierto, ha sido adaptada al cine en dos ocasiones: una excelente
versión en los 70 protagonizada por el lamentable actor Charlton Heston, y otra
versión lamentable más reciente protagonizada por un excelente Will Smith.
No
obstante, la más grande novela sobre el tema tal vez sea La Peste (1947) de Albert
Camus, filósofo existencialista francés, nacido en Argelia, que situó
precisamente allí una ficticia epidemia. En la novela describió fielmente los
ataques a la libertad individual por parte de las autoridades con el supuesto objetivo de
proteger a los ciudadanos del virus, convirtiendo el confinamiento en alegoría
de la dictadura. Otro visionario crítico, aunque su caso es aún más retorcido
porque murió en un sospechoso accidente de tráfico en 1960. Yo ahí lo dejo.