Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé
jueves, 28 de abril de 2011
Miguel Hernández
Retoñarán aladas de savia sin otoño /
reliquias de mi cuerpo que pierdo a cada herida.
Si los poetas, como decía León Felipe, no tienen biografía sino destino, el de Miguel Hernández fue uno de los más trágicos. Sacudido por miserias, pobreza, hambre, desprecios y mil mezquindades, Miguel ha pasado a la gran historia de la poesía sin ningún tipo de "marketing", sin "padrinos" (los poetas de la Generación del 27, como ya se sabe, fueron miserables con él, mirándolo por encima del hombro, como el "paleto" ese de pueblo, que escribía poemas). En definitiva, ha alcanzado el futuro sin nadie que hablara a su favor. Y sin embargo es acaso el poeta más verdadero que haya dado nuestra lengua: un poeta sin trampa ni cartón, un lírico de la entraña de la tierra, sin más recursos que su palabra, siempre encendida como una linterna. Apenas un puñado de versos sin artificio, libros magistrales como El Rayo que no cesa o Cancionero de ausencias, su ejemplo de lucha en las trincheras en las que se desangraba España ("para la libertad /sangro, lucho y pervivo", había dicho), y apenas este dibujo que le hiciera en la cárcel su compañero de celda Antonio Buero Vallejo, y nada más. Nada. No pudo. No le dejaron. Miguel nos dejó para siempre, a los treinta y dos años, una noche de Marzo para siempre oscura. Maestros rurales, aceituneros, niños yunteros, mujeres "del frente", sopas de cebolla y almendros florecidos fueron su paisaje; el nuestro la savia sin otoño de su palabra siempre viva.
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Al ser capturado y encarcelado por haber participado en el bando republicano durante la Guerra Civil, Miguel Hernández escribió desde prisión, valiéndose tan sólo de un trozo de papel higiénico, a su mujer e hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer, en la que decía que no comían más que pan y cebolla. El resultado es este poema plagado de tristeza y añoranza llamado Nanas de la Cebolla.
ResponderEliminarLa cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
¡Qué hermosas palabras! ¡y qué terrible final piadoso! Gracias, Sarah, por recordárnoslo
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