Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



miércoles, 15 de octubre de 2014

Silvera en el Arjé



Como lo prometido es deuda dejamos aquí a los más ávidos merodeadores de la Torre y también a los visitantes ocasionales de sus mazmorras, la entrevista que hicieron al narrador onubense Francisco Silvera nuestras ex-compañeras de 2º de Bachillerato  Claudia Fernández y Lidia Hita (hoy inocentes descubridoras de los ignotos territorios universitarios). El escritor visitó nuestro IES el pasado 7 de Mayo generando estupor y entusiasmo a partes iguales entre los bachilleres de la comunidad arjeica. La entrevista apareció originalmente en el número 3 de Arjé Magazine, la hipercalifragilística revista del Instituto, que sale cada mes de Junio.
 
Francisco Silvera (Huelva, 1969), licenciado en Filosofía y gran amante de la música popular y clásica, combina con  habilidad de prestidigitador sus dotes de promotor musical y crítico literario. Fue director del Festival Internacional de Música de Ayamonte y actualmente es asesor en cuestiones musicales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, pero también organiza los actos de conmemoracióndel Cincuentenario de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez,  autor  sobre el que ha publicado tres ensayos: Copérnico y JRJ: crisis de un paradigma (2008), El materialismo en Juan Ramón Jiménez (2010) y JRJ en el Archivo histórico Nacional: Monumento de amor, ornato y ellos (2012),  además de co-dirigir la edición de Obras Completas del poeta de Moguer que prepara la editorial Visor en 48 volúmenes. Es autor de los libros de relatos Las apoteosis (2000), Libro de las taxidermias (2002) y Libro de los humores (2005), además de las novelas Libro del ensoñamiento (2007) y Álbum Blanco (2011). Su último libro, aún caliente, es Tenebrario: libro de las lamentaciones, un conjunto de poemas en prosa publicado a finales de 2013. 


Como escritor será a su vez un apasionado de la Literatura ¿por qué decidió estudiar filosofía?

En mi caso fue al revés. Provengo de una familia profundamente iletrada, pero me pusieron a estudiar con curas y gente-bien, los contrastes me despertaron muchas ideas y al llegar a la asignatura de Filosofía vi que antes otras gentes habían intentado dilucidar lo mismo... Vi clara mi vocación, quería leer esos libros y explicarlos en clase a gente joven... Pero yo quería capturar en los textos la realidad y la novela o el cuento me parecían conservar mejor lo que el mundo era. Yo hago Literatura porque me parece la verdadera Filosofía. Hay más pensamiento en un buen cuento, poema o novela que en muchos ensayos pretenciosos y llenos de citas culturalistas que, a veces, son un insulto o una pedantería para quien no las conoce. El lenguaje de la Filosofía casi siempre me parece artificioso, un poco falso. La novela siempre se deja.

¿Qué puntos en común y qué diferencias destaca entre un texto filosófico y una narración?

Creo que la Filosofía... prefiero hablar de Ensayo, el Ensayo me gusta si no es didáctico, si es el flujo de la conciencia, o sea, que no necesite apoyarse en un aparataje teórico, que me muestre un pensamiento cultivado pero no me obligue a leer otras cosas para poder descifrar lo que me dice... desconfío de esos autores tan preparados, tan cultos, ésos que siempre parecen haber leído todo y después no dejan estela y mueren con la moda... La vida es mi referencia, el libro por sí sólo es la negación de la Naturaleza, la muerte de la emoción, no lo quiero... a no ser que me ayude a vivir más intensamente. Ahí es donde coinciden Ensayo y Narración, en la habilidad para recrear la Belleza del mundo. En el fondo es una manera de prolongar el placer de un atardecer, una amistad, una experiencia a partir de palabras... una especie de Arte Alquímico que convierte en real lo que toca. Sólo unos cuantos elegidos lo consiguen.

¿Desde joven ha tenido ese gran interés y afición por la música y de dónde le viene?

Desde que tengo consciencia de mi vida me gustó la música. No lo sé. Parece que unos tests que me hicieron dieron un resultado anómalo en "memoria auditiva", disfruto con los sonidos como otros pueden hacerlo con los colores: me emocionan. Poco a poco salí del flamenco y la morralla televisiva, contexto natural de mi ambiente, y comencé a oír Rock, y de ahí al Jazz y la Música Clásica. La Clásica me apasiona porque es una compleja elaboración intelectual con Historia detrás, uno comienza a entenderla después de mucho tiempo; es música culta, requiere que el compositor sea consciente de su posición en la Historia; la popular, el Rock, me apasiona porque es inmediato (aunque sea muy elaborado) y emociona

¿Ha tenido alguna profesión relacionada con el género musical?

Sí. Fui Director de un Festival de Música Clásica dos años, hasta que me echaron sin avisar. He sido asesor de música de la Consejería de Cultura de la JJAA. Y el año pasado, en la UIMP en Valencia di, excepcionalmente y sin mucho público, un pequeño concierto de guitarra eléctrica tras una conferencia sobre Rock y Arte. Escribo en la revista MásJazz.

¿Qué le inspiró a crear un blog para mostrar sus piezas musicales? ¿Le ha dedicado mucho tiempo?

No lo que me gustaría. Pregunta interesante. Soy consciente de que soy un músico malo, no profesional. Pero Internet permite, sin compromisos ni inversiones económicas, mantener una actividad de músico "amateur", aficionado, y así me quito la frustración vocacional de no haber sido músico, que es lo que querría de verdad. Es sólo para entretener a un "viajero" aburrido o a una "navegante" relajada.
 
 

Dentro del género narrativo ¿qué opinión le merecen los microrrelatos?

No creo en ellos, me falta fe. Me explico. Yo creo que la prosa viene determinada por la intención del autor. Plantearse hacer microrrelatos es como querer hacer películas de Stanley Kubrick, ya las hizo él. Cada escritor debe inventar todo de nuevo (partiendo de todo lo que se puede estudiar). En mi caso, la prosa corta se me da bien porque no necesito más. Mis libros no son voluminosos. No me salen. Pero no tengo una voluntad de escribir "corto". No creo en los géneros, aunque sirven para clasificar, sin duda.

¿En qué se inspira para escribir? ¿cuál fue su primera obra?

Lo primero un poco más elaborado que hice fue una imitación de James Joyce que era una mierda. Un profesor me lo dijo. Después empecé a hacer relatos  supongo que también malos. Recuerdo otra especie de novela experimental, no sé si conocéis a Samuel Beckett... La cosa es que yo empecé a leer al revés, primero lo difícil y por eso empecé a escribir muy raro, pseudovanguardista". Seguí escribiendo a ráfagas y en torno a los 30 años, tras la coincidencia de algunas amistades, decidí preparar un libro que se publicó: Las apoteosis o el Acabóse de las almas anónimas, y gustó a mucha gente (conocida mía, nada más). Agradezco haber empezado tan tarde porque, como no soy un genio, así pude construir lentamente un estilo personal... Me inspiran la música, el paisaje y las personas, casi nunca tengo elaborado nada de antemano, veo algo y me viene la idea; una música oportuna o un color de cielo me pueden dar el contexto para arrancar. No soy un novelista por eso. Trabajo en corto y con la emoción, con mucha elaboración, en realidad quiero pensar que como un poeta...

¿Qué características principales presentan sus microrrelatos y qué trata de transmitir a los lectores con ellos?

Eso que he llamado un estilo personal... Dicen que soy difícil, yo creo que exijo del lector participación, pero es que me parece que si no es así no hay Literatura de verdad. Yo no creo que leamos textos: ¡nos leemos a nosotros mismos en los textos! Por eso hay quien se aburre con los libros, porque no tiene nada que encontrar; pero quien indaga y se pregunta por las cosas, poco a poco va encontrando lo que otros han respondido a esas preguntas, las va cambiando y empieza un proceso de enriquecimiento sin el que ya no se puede vivir, el veneno de la Cultura. Es un error querer hacer ver a una alumna lo bueno que es el disco Kid A de Radiohead, hay que estimularla para que encuentre interesante empezar a oírlo y descubrir cosas por ella misma. No hay maestros, hay gente ejemplar que nos empuja con su ejemplo a salir de la tradición heredada; lo popular se hereda, lo culto se elige o se construye. Lo que yo quiero hacer con mi letras es emocionar hasta que el lector reviva lo narrado y eso le como experiencia de su vida... no se consigue como uno quisiera. Yo he disfrutado mucho leyendo, es agradecimiento, devolver parte de lo que me he quedado.

¿Cuál es su mayor satisfacción como escritor?

Hace poco unas muchachas en un pueblo de Huelva se me echaron a llorar y no me dejaban irme del acto, me querían preguntar cosas... Reconozco que me siento muy a gusto entre jóvenes porque adoro esa inexperiencia que nos hace imprudentes y  vitales. El viejo medita egoístamente y se engaña como si fuera a vivir para siempre. Es curioso que el joven, en teoría con más tiempo por delante, apura el vaso de la vida como si le faltara; el viejo se afana en nada, porque la muerte te barre completamente. A veces he encontrado por Internet buenas críticas o comentarios privados de algún libro mío por azar... me encanta. Hay algo de enfermo en el literato, buscamos cariño, y la admiración por un texto es un buen sustituto. Sólo aspiro a poder publicar lo que quiero. Lo demás me llega a angustiar. Publicar y saber que alguien me lee, suficiente.

 

 

 

jueves, 21 de agosto de 2014

La guerra de las salamandras de Karel Capek

Dos delitos condenaron a Karel Capek al oscuro pozo del olvido: escribir obras de ciencia-ficción y hacerlo además en checo. Un género desprestigiado, juvenil, pulp para frikis y una lengua minoritaria, vestigio de la vieja Europa y de la que sus compatriotas huían como de la peste (Kafka, por ejemplo, el checo más célebre, no escribió ni una linea en checo: prefirió el alemán hasta para su diario). Y el resultado es que Capek, uno de los más grandes escritores del S.XX, sigue siendo una rareza, un autor de culto, que sólo unos pocos elegidos han tenido la oportunidad de leer. Con esta entrada pretendemos reparar un poco este desaguisado, al menos para los frecuentadores de la Biblioteca del IES Arjé.
Aunque R.U.R., apocalíptica obra teatral sobre robots rebeldes (Capek fue el primero en usar la palabra 'robot', que en checo significa 'trabajo'), o La fábrica de lo absoluto, sean títulos que merece la pena conocer, La Guerra de las Salamandras es, sin duda, la obra maestra de Capek, la más grande sátira de la civilización occidental que se haya escrito jamás y un clásico del S.XX.
Con el descubrimiento cerca de Sumatra de una extraña variedad de anfibio bípedo y de cierta inteligencia, La Guerra de la salamandras comienza al más puro estilo Lovecraft para concluir en una descacharrante sátira de la civilización a medio camino entre Rabelais, J.G. Ballard, Oscar Wilde y Adam Smith, con su poco de odisea kafkiana sobre la burocracia institucional y hasta un si es no es de Kierkegaard, Nietzsche y hasta el efecto mariposa.
Centrada en la sempiterna capacidad del ser humano para autodestruirse hasta la aniquilación, lo curioso es que, bien lejos de ser una gris distopía apocalíptica de las que hubo y habrá tantas (La Guerra de los mundos, Un mundo feliz, 1984, El mundo sumergido...), con la novela de Capek te partes la caja todo el tiempo. Su fina ironía y el humor tremendo que destilan sus páginas hacen de La Guerra de las Salamandras a la ciencia-ficción lo que don Quijote de la Mancha es a la novela de caballerías, y como Cervantes trasciende además con mucho los límites del género hasta ser una reflexión, llena de humor negro, sobre el porvenir de la humanidad. Hasta el acto mismo de escribir está parodiado en su "nivolesco" final. Como en Don Quijote, otra novela de mucha retranca y cuyo humor es algo así como una defensa contra las ofensas de la vida.
Y así paso a paso, carcajada a carcajada, Capek te va desvelando la estupidez profunda de eso que llamamos jactanciosamente la civilización, y llega un momento ya en que, entre risas, no puedes dejar de repetir, golpeándote la sien como un nuevo Obelix: ¡están locos estos humanos! Y es que Capek ahonda en los absurdos de la sociedad contemporánea con una viveza extraordinaria y no deja títere con cabeza: los totalitarismos, la carrera armamentística, el colonialismo económico, la beatería, las instituciones supranacionales, la panoplia patriótica, la genética, la tecnología, la cooperación internacional... todos los credos que han movido el siglo XX... todo es parodiado sin rubor en La Guerra de las Salamandras que, para sorpresa mayúscula, fue escrita ¡en 1936! cuando aún estaba muy lejos la II Guerra Mundial, la Guerra Fría o la descolonización que, de algún modo, están aquí anticipadas de manera cristalina.
No queremos adelantar nada más de su argumento para que el descubrimiento de esta joya sea realmente absoluto, sólo advertir de su tremendo dominio de los recursos de vanguardia (vanguardia que también resulta escaldada en la misma novela) y de la increíble, fascinante o, si queremos, terrorífica actualidad de la novela. Resulta que La Guerra de las Salamandras no tiene edad: está sucediendo ahora mismo.
Y ya: el último delito a añadir a los dos mencionados al principio: la novela que comentamos hoy está al alcance de cualquiera; no es de esas obras complejas y a menudo incomprensibles que tanto suelen gustar a los críticos. Es asequible. Juvenil, diría alguno (como si la complejidad fuera privativa de la madurez).  Y lo que ocurre en realidad es que La Guerra de las Salamandras hace fácil lo difícil, y pone con claridad al alcance de los lectores las reflexiones más profundas sobre qué somos, de dónde venimos y, sobre todo, adónde vamos. Como sólo saben hacerlo las verdaderas obras maestras.

domingo, 16 de marzo de 2014

Premios Ig Nobel



El galardón de los premiados en 2013
Todos los años, desde 1991, a principios de octubre, la revista estadounidense de humor científico Annals of Improbable Research (Anales de Investigaciones Improbables) hace entrega, en la prestigiosa Universidad de Harvard, de los Premios Ig Nobel, una parodia de los famosos Premios Nobel. Los ganadores de las diez categorías deben cumplir con el principal requisito a evaluar: hacer reír, así como hacer pensar, aportar innovación y fomentar la investigación. Se suelen premiar investigaciones o demostraciones que a primera vista parecen inútiles o absurdas, pero que, como los organizadores indican, pueden atraer a aquellas personas que no les interesa la ciencia, porque la consideran compleja o aburrida, y ven que los científicos galardonados son también seres humanos con sentido del humor.
El nombre de los premios proviene de un juego con la palabra inglesa ignoble (innoble en castellano), que se pronuncia igual que Ig Nobel, y el nombre Nobel, por Alfred Nobel.
En la ceremonia de entrega, cada uno de los diez premios es presentado por un premio Nobel real. Muchos de los “afortunados ganadores” recogen su premio en persona y dan un pequeño discurso, riéndose de sí mismos. Si el discurso dura demasiado, ¡más de un minuto!, se escucha repetidamente una niña, Miss Sweety Poo, que con voz aguda grita: "Por favor, terminen. Estoy aburrida". Además, hasta 2006 era tradición lanzar aviones de papel al escenario mientras se entregaban los premios. A partir de dicho año se prohibieron los lanzamientos por motivos de seguridad. En muchas de las ceremonias, los delegados del Museo del Mal Arte, de Massachusetts, han exhibido algunas piezas de su colección, mostrando que el arte malo y la mala ciencia van de la mano. Incluso, a veces, aparecen “algunos grupos especiales de personas” en el pasillo del teatro donde se entregan los premios. Como en 1997, cuando un equipo de "investigadores sexuales criogénicos" distribuyó un folleto titulado "Sexo Seguro a Cuatro Kelvin".

Los “últimos afortunados”, premiados en la ceremonia de 2013, han sido:
·  Premio de Medicina: Masateru Uchiyama, Gi Zhang, Toshihito Hirai, Atsushi Amano, Hisashi Hashuda, Xiangyuan Jin y Masanori Niimi, de la Universidad Teikyo, universidad privada de Tokio (Japón); por encontrar que los ratones sobreviven por más tiempo tras un transplante de corazón si escuchan ópera.
Los premiados en la sección de Medicina dan su discurso en la gala de 2013
· Premio de Psicología: Laurent Bègue, Oulmann Zerhouni, Baptiste Subra, Medhi Ourabah y Brad Bushman; por un trabajo en el Bristish Journal of Psychology donde demuestran que la gente que cree estar borracha también cree que es más atractiva.
·  Premio de Biología y Astronomía: Marie Dacke, Emily Baird, Eric Warrant, Marcus Byrne y Clarke Scholtz, de la Universidad de Lund en Suecia; por descubrir que cuando los escarabajos peloteros se pierden, pueden encontrar su camino de vuelta a casa utilizando la Vía Láctea.
· Premio a la Seguridad en Ingeniería: Gustano Pizzo, de EEUU; por inventar un sistema electromecánico para detener y capturar a secuestradores aéreos utilizando una puerta-trampa para desalojarlo del avión mientras va volando, arrojándolo con un paracaídas mientras alerta a la policía para que lo esperen cuando aterrice.
· Premio de Física: Alberto Minetti, Yuri Ivanenko, Germana Cappellini, Francesco lacquaniti y Nadia Dominici, de la Universidad de Milán (Italia); por descubrir que algunas personas son físicamente capaces de correr a través de la superficie de una charca si se encuentran en la Luna.
· Premio de Química: Shinsuke Imai, Nobuaki Tsuge, Muneaki Tomotake, Yoshiaki Nagatome, Hidehiko Kumgai y Toshiyuki Nagata, de Japón; por descubrir que el proceso bioquímico por el que las cebollas hacen llorar a la gente es más complejo de lo que se pensaba.
·   Premio de Arqueología: Brian Crandall (EEUU) y Peter Stahl (Canadá); por hervir musarañas muertas y tragarlas sin masticar, para comprobar posteriormente sus deposiciones de forma minuciosa en los días siguientes y comprobar que huesos se habían disuelto debido al sistema digestivo humano.
· Premio de la Paz: Alexander Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, por hacer ilegal el acto de aplaudir en público, y la Policía Bielorrusa, por arrestar a un hombre manco por aplaudir.
·  Premio de Probabilidades: Bert Tolkamp, Marie Haskell y Fritha Langford. David Roberts y Colin Morgan, de Reino Unido; por realizar dos descubrimientos relacionados: Los primeros encontraron que mientras más tiempo una vaca pasa echada, es más probable que se levante; y los segundos encontraron que una vez que una vaca se levanta, es difícil predecir cuando se acostará de nuevo.
· Premio a la Salud Pública: Kasian Bhanganada, Tu Chayavatana, Chumporn Pongnumkul, Anunt Tonmukayakul, Piyasakol Sakolsatayadorn, Krit Komaratal, y Henry Wilde; por el informe "Tratamientos quirúrgicos para la epidemia de amputaciones de pene en Siam”, en el que se indican técnicas médicas para injertos de pene tras amputaciones (usualmente por esposas celosas), recomendadas para todos los casos excepto cuando el pene amputado ha sido parcialmente comido por un pato.

Entre los premios más curiosos de otros años podemos destacar:
·  Anders Barheim y Hogne Sandvik, de la Universidad de Bergen (Noruega), por su artículo “Efecto de la cerveza, el ajo y la nata agria sobre el apetito de las sanguijuelas” (Biología, 1996).
· Bernard Vonnegut, de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany, por su informe “Gallinas desplumadas como medida de la velocidad de los tornados” (Meteorología, 1997).
· E. Topol y sus 975 coautores por “Un ensayo internacional aleatorio que compara cuatro estrategias trombolíticas para el infarto de miocardio agudo” (New England Journal of Medicine), un artículo que tenía cien veces más autores que páginas (Literatura, 1993).
·  Elena N. Bodnar, Raphael C. Lee, y Sandra Marijan de Chicago, Illinois, Estados Unidos, por inventar un sujetador que, en caso de emergencia, puede convertirse rápidamente en un par de máscaras de gas, una para la portadora del sujetador, y otra para alguien próximo a ella (Salud Pública, 2009). Por cierto, se ha comercializado, según podemos comprobar en la página http://ebbra.com.
Elena N. Bodnar nos muestra su invento

· Fumiaki Taguchi, Song Guofu, y Zhang Guanglei de la Kitasato University Graduate School of Medical Sciences en Sagamihara, Japón, por demostrar que la masa de los residuos de cocina puede reducirse en más de un 90% utilizando bacterias extraídas de las heces de pandas gigantes (Biología, 2009).
· Dorian Raymer, de la Iniciativa de Observatorios de Océanos de la Institución Scripps de Oceanografía, EEUU, y Douglas Smith, de la Universidad de California, San Diego, EEUU, por demostrar matemáticamente que montones de cuerda o cabellos, o de casi cualquier otra cosa, inevitablemente se terminan enmarañando y formando nudos, algo que comprobamos a diario (Física, 2008).
·  Magnus Whalberg de la Universidad de Aarhus, Dinamarca, y Hakan Westerberg del Consejo Nacional de Industrias Pesqueras de Suecia, Ben Wilson de la Universidad de Columbia Británica, Lawrence Dill de la Universidad Simon Fraser, Canadá, Robert Batty de la Asociación Escocesa para la Ciencia Marina, por sus estudios "Sonidos producidos por la emisión de burbujas de los arenques (Clupea harengus)” y “Los arenques del Pacífico y del Atlántico producen sonidos rítmicos explosivos”, que deducen que aparentemente los arenques se comunican mediante flatulencias (Biología, 2004).
· K. P. Sreekumar y G. Nirmalan de la Universidad Agrícola de Kerala, India, por su reporte analítico "Estimación de la superficie de la India en elefantes indios” (Matemáticas, 2002).
·  Buck Weimer de Pueblo (Colorado) por inventar el “Under-Ease”, una ropa interior hermética con un filtro de carbón reemplazable que absorbe los gases malolientes antes de que escapen (Biología, 2001).

También podemos estar orgullosos de contar con un compatriota premiado en 2002 (sección Higiene): Eduardo Segura, de Valls, Tarragona, España, por la invención del Lavakan de Aste, una lavadora automática de perros y gatos, que también se ha comercializado, como he podido comprobar en la web http://www.lavakan.es.
La lista de nominaciones no se publica ya que se reciben alrededor de 9000 propuestas cada año. La asociación Improbable Research es la encargada de elegir entre la numerosa lista de experimentos improbables. Ya veremos si, con lo afectada que ha quedado la investigación en España con la crisis, obtenemos alguna otra nominación o premio para nuestro país.

lunes, 24 de febrero de 2014

Las consecuencias del amor y su reflejo en la poesía.

Bien, amigos, como la ciudad de los rascacielos, la Biblioteca nunca duerme; ni se duerme. Reflejo de ello es la singular lectura de poemas que tuvo lugar con motivo del día de San Valentín, el pasado 14 de Febrero. Lejos del almíbar comercial del que suele adornarse dicha fecha, los mejores entonadores de versos de la comunidad arjeica se reunieron para dar vida al recital "Las consecuencias del amor y su reflejo en la poesía" en la que los mejores ingenios de la poesía española relatarán las contraindicaciones y efectos perniciosos de ese extraño sentimiento que a veces es hielo abrasador y otras fuego helado. Ahí lo llevan.




viernes, 10 de enero de 2014

Literatura de oficina

Acaso por ese halo romántico que atribuye al poeta cualidades fuera del común de los mortales, en el circo mediático literario han acabado consolidando mayor nombre aquellos, como Byron, Stevenson, Rimbaud, Poe, Conrad o Jack London, que han tenido vidas aventureras, fascinantes peripecias de barco, travesías por desiertos o historias oscuras como polizones, boxeadores o estibadores en un puerto; negreros, estafadores, profanadores de tumbas, ludópatas, aristócratas arruinados o arrepentidos de la mafia parecen tener más expedito el camino al Parnaso. Los oficios sedentarios carecen de poesía; la oficina es vulgar y sin lírica: un hangar prosaico para gente sin aura. Como Bartleby, el escribiente de Melville, un oficinista es un pobre diablo. No obstante, en esos aburridos habitáculos sin rima posible que son las oficinas, se han escrito algunas de las obras más impresionantes de la historia de la literatura. Repasémoslas.
El más famoso de todos los escritores oficinistas posiblemente sea el narrador checo de origen judío Franz Kafka, empleado en una compañía de seguros de Praga, tan rentable que aún está en funcionamiento en la plaza de la ciudad vieja. Allí disponía Franz de sus materiales de combate: la mesa, la máquina de escribir alemana, los listados de clientes, la aburrida burocracia y la empolvada ventana que recortaba el brumoso paisaje urbano. Siempre el mismo. Y en medio de tan tediosas ocupaciones fue capaz de tejer el tapiz de las parábolas más alucinantes que jamás surgieran de mollera humana: La Metamorfosis o El Proceso, entre otras terribles historias que el oficinista consideraba pasatiempos y pidió quemar a su muerte: ¡¡ Tres hurras por Max Brod, el amigo traicionero que evitó semejante atentado!!
Otro oficinista que convertía su mesa de trabajo en pura ametralladora era el francés Joris-Karl Huysmans, apenas conocido pero que logró componer, bajo el flexo de su mesa de trabajo de funcionario en el ministerio de interior parisino, al menos dos novelas terribles Al revés (1882) y Allá Abajo (1891), desquiciados desbarres contra la sociedad burguesa tan contundentes como el zapateado de un guerrero sumo. Huysmans, sin saberlo, estaba inventando el decadentismo, la estética de la descomposición, el mal del siglo, y acaso el existencialismo y todo sin levantarse de su silla gris de administrativo sin aspiraciones.
Ya hablamos en un guardián anterior de un olvidado mayúsculo, el austriaco Robert Walser que hizo del paseo su mayor aventura pues fue empleado de banca y secretario hasta que la locura del tedio se apoderó de él y dio con su cuerpo en el manicomio de Herissau, donde dejó de hablar a sus semejantes. Antes de aquel simbólico mutismo, y con su minúscula letra de oficinista escrupuloso, Walser había desgranado en sus obras verdades terribles sobre el mundo vomitivo que se edificaba a su alrededor. Damnificado del capitalismo, Walser escribió Jakob von Gunten o El Ayudante entre oficios administrativos, apuntes financieros y aburridas listas de clientes, y en ellas radiografió toda la usura del mundo con la delicadeza de un entomólogo. Sin alzar la voz, discretamente, con la tímida reserva de un empleado de ventanilla, fue apretando al mundo con su puño hasta estrangularlo con esmero.
Entre nosotros, latinos dados a la fantasía, ocupa un lugar de culto pues no de privilegio el extraordinario poeta catalán Alfonso Costafreda, funcionario de la UNESCO, peregrino de la administración, que vivió y se suicidó en Ginebra, en 1974, después de acudir cada día puntual a su puesto de trabajo en un funcional y acristalado edificio de oficinas durante quince años. Para él, la maldición del oficinista se conjugó con la del expatriado laboral (perfil hoy desgraciadamente en boga), lo que ha impedido que el autor de Compañera de hoy goce de la reputación que sin duda merece. Y así, mientras fichaba cada mañana, iba barajando y cortando los naipes con los que jugó y perdió la partida contra la muerte, tal y como versificó en el fabuloso poemario expresionista De suicidios y otras muertes. Su réquiem aún no ha sido entonado en este país de todos los demonios, como dijera su amigo y también poeta Jaime Gil de Biedma, otro poeta de oficina (en una compañía exportadora de tabacos), con el que la posteridad acaso haya sido más benevolente.
Pero el campeón de entre los escritores de oficina fue el portugués Fernando Pessoa, creador de todo un ejército de rebeldes. En su caso fue literal porque se dedicó a inventar autores (Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Bernardo Soares...) y a dotarlos de personalidad, carácter y acaso el tipo de vida de que él, empleado en el departamento de traducciones de una multinacional, jamás tendría. Nadie dejó de verlo nunca como lo que fue: un burócrata previsible que siempre desayunaba a la misma hora y en el mismo cafetín de Martiño da Arcada y que caminaba por Lisboa como el hombre del traje gris, con la mirada perdida de un hombre demasiado ocupado para existir. Sus heterónimos, en cambio, vivían vidas de vanguardia o eran filósofos anacoretas y publicaban libros imprescindibles para la cultura contemporánea como El libro del desasosiego, obras de vértigo y pesadilla que  nadie hubiera atribuido jamás al aburrido oficinista Fernando Pessoa.