Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



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domingo, 13 de febrero de 2011

Matisse y la Alhambra

Hasta el 28 de febrero todavía podemos visitar en el Museo de Bellas Artes de Granada, en el Palacio de Carlos V, la exposición “Matisse y la Alhambra”, que con motivo del centenario de su estancia en nuestra ciudad se puede ver en este recinto. Todo un acontecimiento artístico no solamente en Granada sino también en el ámbito expositivo nacional, ya que como es sabido los museos españoles carecen de piezas del artista fauvista francés, si exceptuamos algún caso como el de la colección Thyssen, cuya “Conversación bajo los olivos” también podemos admirar en la exposición granadina.

Es por tanto una oportunidad excelente para poder contemplar no solamente obras provenientes de varios museos del mundo, aquí reunidas, sino para poder ver juntas también, por ejemplo, una selección de sus odaliscas, hoy repartidas igualmente por salas de medio mundo, y disfrutar así de la fascinación que el pintor tenía por este y otros temas de gusto oriental.
Es este tema oriental el hilo conductor fundamental de la muestra, gracias a la visita que Henri Matisse (1869-1954) realizó a España entre noviembre de 1910 y enero de 1911. Este viaje no recaló únicamente en Granada, ya que también visitó diversas ciudades como Madrid, Sevilla, Córdoba, Toledo y Barcelona. En nuestro país pintaría una serie de bodegones junto a su amigo el pintor Francisco Iturrino, que podemos apreciar también en la exposición (imagen del cartel de la exposición, que aquí aparece), y en los que ya se aprecia el influjo decorativo que gracias a la visita a Granada desarrollará posteriormente.


Fue el descubrimiento de la firma del artista en el libro de visitas de la Alhambra el que propició la reconstrucción de su corto pero fructífero periplo granadino y la indagación en su estancia a través de la lectura de la correspondencia que también podemos ver aquí expuesta. En esos días en Granada (9, 10 y 11 de diciembre de 1910), Matisse, a pesar del mal tiempo que hubo de soportar (y que parece ser que fue uno de los motivos que le obligaron a marcharse antes de lo previsto) quedó lo suficientemente impregnado de la magia del monumento nazarí como para que esa huella quedara bien plasmada en sus creaciones artísticas desde la impronta y colorista visión fauve que vertebra su estilo, y enriqueciendo ese gusto por el arte islámico en general, y por el hispanomusulmán en particular, que ya le había dejado marca personal y artística desde su visita a la exposición internacional que se había celebrado en Munich pocos meses antes. En ella, alguna pieza, como uno de los imponentes jarrones nazaríes de loza de reflejos dorados, allí expuesto, ya había llamado la atención del pintor.
La explosión de color que impregna la obra de Matisse se complementa en las obras de la exhibición con los motivos de inspiración que completan sus composiciones, interpretando los motivos nazaríes que adornan textiles, cerámicas, celosías o yeserías, dialogando directamente con las pinturas, dibujos y litografías del artista, y que él integra de forma natural en sus obras. Uno de los momentos más interesantes de esta exposición, como hemos comentado, probablemente sea la serie de odaliscas.

Éstas se convierten en la cima de su visión orientalista, entroncando con la consolidada corriente que, proveniente de los viajeros románticos del siglo XIX, mezcla ese punto de vista más soñado que real y en el que el sur de España, y en general el Mediterráneo de pasado y presente islámico, se convierten en fuentes esenciales para la imaginación de los artistas. Cerrando la exposición, aparece una cita del propio Matisse, que afirmó: “La revelación me vino de Oriente”. Y en ese Oriente, en el que Matisse incluirá sus posteriores viajes a Marruecos, el recuerdo de la Alhambra se dejará sentir, mostrar y fusionar con el resto de influencias en su obra posterior. No os la perdáis.

domingo, 30 de enero de 2011

Perro semihundido de Goya. Una invitación a la reflexión

Si bien una obra de arte es única, gracias a nosotros puede convertirse en una obra distinta, diferente, porque una sola obra podrá ser tantas como miradas confluyan en ella. Esto es lo que intentaremos mostrar en la sección que estrenamos en La Torre de Papel: la mirada del que aquí escribe, pero también la mirada de los otros curiosos internautas del planeta “arjestre” que observen esa misma obra y la interpreten, a su vez, desde su propia óptica. Por tanto, Arjeartis es una pequeña muestra de lo que el mundo del arte puede depararnos dentro y fuera de este blog. Un arte que para que esté vivo necesita de nuestra mirada, de nuestra asistencia a las exposiciones y a los museos, cuyas piezas renacen con nuestra visión. Así, como punto de partida de nuestra sección te invitamos a la participación y a comentar lo que a ti también te sugiere cada obra.
Hemos elegido Perro semihundido (1820-1823), de Francisco de Goya (1746-1828), del conjunto de sus Pinturas Negras (hoy en el Museo del Prado), por diversas razones. Sobre todas ellas, pesa sin duda alguna la fuerza expresiva y la turbación que transmite, y por ello se convierten en más que razones fundamentales. Ningún artista hizo algo parecido en ese momento. Goya llega a la cima de su expresividad artística en las obras con las que decora la residencia que adquiere a las afueras de Madrid, la Quinta del Sordo, y allí da rienda suelta a todos sus fantasmas. Ese mundo subconsciente, pleno de sagacidad, nos lo presenta a través de escenas de brujería, aquelarres y grotescos personajes que no son sino el testimonio pictórico de toda una metáfora plástica, como lúcido espectador, de los convulsos tiempos en los que le tocó vivir. Todo ello más cerca de una crónica negra que de la oscuridad que puedan tener los propios temas representados. Son un terrible reflejo de su atormentado mundo interior en un momento de su vida en que atisba lo que serían sus instantes finales, de enfermedad y exilio. Y es que el pintor decidió rodearse de estas escenas en su propia casa y mucho de su originalidad, riqueza y genialidad responde a que su misión no fue otra que el propio disfrute, tanto en el propio proceso de libertad creativa, como en el de su visión decorativa y estética posterior, repleta también de ironía. Y he aquí que aparece, entre todas esas escenas, la inquietante imagen de esta figura animal, entre los tonos ocres, amarillos y grisáceos de la pintura.
Nos llama la atención este perro, empequeñecido, apenas asomando entre la materia pictórica que parece asfixiarle y que también nos angustia a nosotros. ¿Qué quiso decirnos Goya con esta obra? Te invitamos a plasmar tu propia mirada…