Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



sábado, 16 de mayo de 2020

Cartografías de la pandemia


         
El triunfo de la Muerte  de Pieter Brueghel 'El Viejo'
La cantidad de veces que, en las últimas semanas, se ha repetido eso de “nunca se había vivido nada igual” o “la humanidad se enfrenta a algo nunca visto”, no hace sino demostrar por un lado el grandilocuente ombliguismo del mundo en que vivimos y, por otro, el desconocimiento de la Historia y, en especial, de la Historia de la Literatura. En relación a lo primero me temo que poco podamos hacer de momento, pero en lo tocante a lo segundo vayan aquí unas cuantas líneas clarificadoras.
            La primera epidemia de la que se tiene constancia literaria fue, al parecer, la fiebre tifoidea que asoló Atenas durante las guerras del Peloponeso (s. V a.C.) y sobre la que Tucídides dejó escritas escenas de gran intensidad.  No menos intensa fue la llamada Peste Antonina que algunos siglos más tarde “contaminó de infestación y de muerte desde Persia hasta el Rhin”, según Amiano que, pionero de la teoría de la conspiración, aventuró como causa de la misma el saqueo de un templo babilonio en el s. II d. C. tras el que un imprudente profanador romano abrió una urna que contenía el malévolo virus. Eran, desde luego, tiempos de crisis para el imperio romano, perro flaco ya al que todo se le volvieron pulgas o perversas y arrasadoras bacterias que castigaban al infiel politeísta. El propio Amiano hablaba de cómo los cristianos, llenos de probidad, “abrazaban y lavaban a los enfermos”, mientras “los paganos romanos arrojaban a los afectados a la calle antes de que hubieran muerto”. Todo un ejemplo de utilización política de una crisis sanitaria, que en esto tampoco hemos inventado nada. Sobre un rebrote de la Peste Antonina Dion Casio afirmó que criminales pagados para infectar a la gente impregnaban unas agujas minúsculas de sustancias mortíferas y ponían a correr el virus a lo Usain Bolt. Vamos, una variante del “virus chino” que nunca hubiera imaginado Donald Trump.
            Con todo, la hecatombe mayor por epidemia que tengamos contabilizada fue la Peste Negra de 1348 que arrasó con un tercio de la humanidad y que al menos sirvió, no hay mal que por bien no venga, para que Giovanni Boccaccio nos dejara su Decameron (1351), descomunal obra maestra que más que en la epidemia se centró en los efectos del confinamiento en un grupo de diez adolescentes florentinos que, además de apasionante vida comunal, inventaron la narración breve contemporánea para dar sentido a sus aburridos días de aislamiento. Toda una metáfora de la literatura, por otra parte.
            La peste, que era uno de los jinetes del Apocalipsis, no lo olvidemos, nos ha dejado algunas otras narraciones de altura como Diario del año de la Peste (1722) de Daniel Defoe, muy superior a su Robinson Crusoe, por cierto, y con un mensaje más mundano y menos colonial. En este caso, Defoe hablaba de un brote de peste bubónica acecido en Londres 50 años antes y describía con gran detalle no sólo las miserias vecinales sino también la gran crisis económica que siguió a la epidemia. Otro que estaba antes de que se le llamara, vamos. También notable novela centrada en la contagiosa enfermedad vírica fue Los Novios (1842) de Alessandro Manzoni, historia de un apasionado romance en medio de la pandemia que contagia buen rollo y romanticismo a pesar de las detalladas escenas gore de los monjes cartujos llevando carros de infectados al Lazaretto de Milán, la Meca de aquel Walking Dead. Bastante más desconocida, aunque mucho más auténticamente romántica es El último hombre (1826), de Mary Shelley que ya en Frankenstein había denunciado los peligros de la ciencia, y aquí profundiza, de manera algo lenta, en su inutilidad frente a los desastres naturales, cuestionando el concepto mismo de progreso. Paso que también transitó, por cierto, el aventurero norteamericano Jack London en La Peste Escarlata (1912), apocalíptica y muy reivindicable ficción del autor de La llamada de lo salvaje. Aunque el verdadero apocalipsis zombi lo leímos en Soy Leyenda (1954) de Richard Matheson, que describe un mundo post-pandémico en el que sólo ha quedado viva una persona, que disfruta a placer de un mundo para él solo. La novela de Matheson, por cierto, ha sido adaptada al cine en dos ocasiones: una excelente versión en los 70 protagonizada por el lamentable actor Charlton Heston, y otra versión lamentable más reciente protagonizada por un excelente Will Smith. 
No obstante, la más grande novela sobre el tema tal vez sea La Peste (1947) de Albert Camus, filósofo existencialista francés, nacido en Argelia, que situó precisamente allí una ficticia epidemia. En la novela describió fielmente los ataques a la libertad individual por parte de las autoridades con el supuesto objetivo de proteger a los ciudadanos del virus, convirtiendo el confinamiento en alegoría de la dictadura. Otro visionario crítico, aunque su caso es aún más retorcido porque murió en un sospechoso accidente de tráfico en 1960. Yo ahí lo dejo.

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