Revista cultural de la Biblioteca del IES Arjé



jueves, 31 de marzo de 2011

Esquivadores de fama

Hace poco más de un año que el huidizo, malencarado y a la vez genialmente sutil, J.D. Salinger (el inspirador del título de estas columnas) nos dejó para siempre, y con él desapareció quizá también una forma de entender la literatura al margen de exhibicionismos y vanidosos redobles. Frente al simplón mundo de hoy, lleno de tipos que malvenderían a su madre por cinco minutos de fama, él decidió huir del vulgar aplauso para buscarse a si mismo lejos de los focos. No quiso laureles ni portadas de periódico, ni minutos de publicidad. Prefirió el silencio. Pero no fue el único... Fernando de Rojas, judeo-español y de la Puebla de Montalbán, Toledo, fue el primer escritor de envergadura que decidió sacrificar la fama para salvarse. En su caso no era ninguna metáfora: se trataba de salvarse de la hoguera. En 1499 había escrito La Celestina, demoledora crítica a la sociedad burguesa que entonces nacía, con toques de humor negro, pornografía y psicología de masas. En cierto sentido, fue el primer escritor "underground". Todo un "friki". Tuvo el buen juicio de no poner su nombre al libro por si las moscas, aunque dejó para la historia uno de los más horribles poemas que jamás se hayan escrito: leyendo en acróstico la primera letra de cada verso se descubría la identidad secreta del autor. Y jamás publicó nada más. Cuando no tenía nada que decir prefería callar. Arthur Rimbaud, genio excéntrico y prematuro, es el segundo de nuestros esquivadores de fama. Poeta superdotado, a los quince años había revolucionado la poesía occidental con un puñado de versos inmortales. La gente lo adoraba. Fue el primer poeta "superstar" de la historia. Maniaco e impulsivo, a los dieciocho compuso Una temporada en el infierno y casi mata de un tiro a su amigo y amante Paul Verlaine. Luego decidió callar. Salió de la literatura por la puerta de atrás y sin apenas hacer ruido, para convertirse en empresario y tratante de esclavos. El poeta maldito acabó siendo un maldito negrero. Y dejó que todos lo olvidaran con la determinación del que huye del verdadero infierno. Otro que tal baila fue el espléndido escritor suizo Robert Walser, maestro y modelo de los más grandes escritores de su tiempo, que lo seguían en sus prolongados paseos como a un Mesías de la literatura. Harto de tanto "pelotilleo" y cansado del cínico mundillo literario, se retiró voluntariamente al manicomio más inhóspito de toda Europa, en Herisau, donde cuentan que vivió durante 25 años sin pronunciar palabra y fingiendo desconocer al escritor al que todos admiraban. El caso de J.D. Salinger no es menos singular, pues escribió sus obras maestras apenas al terminar la mili, que en su caso fue en la II Guerra Mundial. Pero Nueve cuentos y El Guardián entre el centeno eran obras maestras y el mundo entero se rindió a sus pies. Convertido a su pesar en ídolo de hippies y adolescentes enloquecidos (el asesino de John Lennon, por ejemplo, era su histérico admirador), decidió alejarse del mundanal ruido y desaparecer del mundo de los vivos. Durante casi sesenta años no se ha sabido dónde vivía ni de qué, por eso ha sorprendido tanto su muerte, porque en realidad nadie se imaginaba que aún estuviera vivo. La imagen que acompaña a estas líneas es la única foto que se ha publicado de él en todo este tiempo, y está intentando golpear a un periodista que le ha "descubierto". No se sabe si como homenaje a su maestro Salinger o como truco genial para evitar la notoriedad, el escritor Thomas Pynchon no ha divulgado más imagen suya que la de una foto de Primera Comunión y otra de espaldas. Así nadie tiene ni idea de quien es Pynchon fuera de sus libros (algunos geniales como La subasta del lote 49). Otro caso singular es el de Bruno Traven , el autor de El tesoro de la Sierra Madre (novela luego llevada al cine por John Huston con Humphrey Bogart de "star"), y que quiso a toda costa despistar a fans, cazatalentos y productores de cine. Lo más gracioso del asunto es que al parecer vivió haciéndose llamar Hal Croves, representante y único amigo del escritor Bruno Traven. Y ahí lo triste: el único amigo de Traven era, en realidad, el propio Traven. Con todo, el caso más singular de entre los autores que han buscado como sea darle esquinazo a la fama es, sin duda, el del novelista italiano Gesualdo Bufalino, un escritor secreto durante toda su apacible vida de profe de instituto, y que sólo al cumplir los setenta años se decidió a publicar las evanescentes y líricas novelas que había ido escribiendo durante toda su vida (Argos, el ciego; Calendas griegas...). La fama y los premios le llegaron cuando era demasiado viejo como para que pudieran molestarle.

1 comentario:

  1. En mi opinión, muchos y muchas deberían de aprender de estos "esquivadores de fama", no tan solo del escribir obras y no darse aires de grandeza, si no de ser capaces de actuar, no tanto por la recompensa o reconocimiento, si no por el hecho de haber actuado como sentíamos que debíamos hacer, sin que nadie nos tenga que halagar, alabar o recompensar por ello.
    En fin, un gran ejemplo para mi estas personas.

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